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El éxito evolutivo de animales de mediano tamaño (entre ellos el hombre) ha
sido el saber asociarse para protegerse , conseguir comida y multiplicarse con
la máxima eficiencia.
En el momento en que se forma el grupo surge la competitividad entre sus
miembros para conseguir ventajas dentro del grupo. Se decía que así los mas
adaptados eran los que tenían mas descendencia y éxito al procrear.
Mucho se ha estudiado para conocer cuales son las características de un
lider de esta naturaleza. Parece ser que hay similitud en lo que consiste un
lider (macho alfa) y e las razones de su éxito como tal.
Con el resurgir de la inteligencia emocional se ha descartado que el lider
tenga que ser dominante, violento, egoísta. Mas bien tiene que tener empatía,
ser solidario, ocuparse de todos pero sobre todo de las hembras.
Los
hombres se sienten a menudo presionados para comportarse como machos alfa.
Macho alfa evoca la imagen del padre que deja claro en todo momento que tiene
el control total de su hogar y que, lejos de su guarida, se convierte en un
jefe malhumorado y agresivo. Pero ese estereotipo es una mala interpretación de
cómo se comporta el genuino macho alfa en una familia de lobos, que es un
modelo de conducta masculina ejemplar.
En mis observaciones de los lobos que viven en manadas en el parque
nacional de Yellowstone, en Estados Unidos, he visto que los machos que mandan
no lo hacen de forma forzada, ni dominante, ni agresiva para con los que le rodean.
Sí son, en cambio, de otra forma: el macho alfa puede intervenir de forma
decisiva en una cacería pero, inmediatamente después de la captura, irse a
dormir hasta que todo el mundo está saciado. “La principal característica de un
lobo macho alfa, es una discreta confianza y seguridad en sí mismo. Sabe lo que tiene que hacer;
sabe lo que más conviene a su manada. Da ejemplo. Se siente a gusto. Ejerce un
efecto tranquilizador”.
En definitiva, el macho alfa no es agresivo, porque no necesita serlo. “Piense en un hombre seguro de
sí, o en un gran campeón; ya ha demostrado todo lo que tenía que demostrar.
Imagíneselo así: piense en dos manadas de lobos, o dos tribus humanas. ¿Cuál
tiene más probabilidades de sobrevivir y reproducirse, el grupo cuyos miembros
cooperan, comparten y se tratan con menos violencia unos a otros, o el grupo
cuyos miembros están atacándose y compitiendo entre sí?”.
Ahora bien, saben ser duros cuando es necesario. Hubo un lobo famoso en Yellowstone —el 21,
así llamado por el número de su collar—, a quien la gente que seguía de cerca
su trayectoria consideraba un superlobo. Defendía ferozmente a su familia y, al
parecer, nunca perdió una riña con una manada rival. Pero uno de sus
pasatiempos favoritos era pelear con los cachorros de su manada. “Y lo que de
verdad le gustaba hacer”, dice Rick, “era dejarse ganar. Le encantaba”.
Aquel gran lobo macho dejaba que un lobezno diminuto se le tirara encima y
le diera mordiscos.
“Entonces él se dejaba caer patas arriba”, dice Rick. “Y el pequeñajo, con aire
triunfador, se erguía sobre él sin dejar de menear la cola”.
La fuerza nos impresiona, pero lo que deja un recuerdo indeleble es la
bondad.
Si uno
observa a los lobos, no sólo con toda su belleza, su flexibilidad y su
capacidad de adaptación, sino también con su violencia a la hora de defenderse
y de cazar, es difícil evitar la conclusión de que no existen dos especies más
parecidas que los lobos y los humanos.
Teniendo en cuenta que vivimos en grupos familiares, nos defendemos de los
“lobos” humanos que nos rodean y controlamos a los “lobos” que llevamos en
nuestro interior, es normal que reconozcamos los dilemas sociales y las
búsquedas de estatus de los lobos de verdad.
Ayudar a obtener comida durante todo el año, llevársela a los recién
nacidos, ayudar a criar a los hijos durante varios años hasta que alcanzan la
madurez y defender a las hembras y a los jóvenes todo el tiempo contra los
individuos que amenazan su seguridad, son un conjunto de atributos poco
frecuentes en un macho. Los humanos y los lobos, y poco más.
En realidad, explica, en la manada existen dos jerarquías, “una de machos y
otra de hembras”. ¿Y
quién manda? “Es sutil, pero da la impresión de que las hembras son las que
toman la mayoría de las decisiones”. Es decir, adónde dirigirse, cuándo
descansar, qué ruta seguir, cuándo salir de caza.
En conclusión: a nuestro estereotipo del macho alfa no le vendría mal una
corrección. Los
verdaderos lobos nos pueden enseñar varias cosas: a gruñir menos, tener más
“discreta confianza”, dar ejemplo, mostrar una fiel devoción al cuidado y la
defensa de las familias, respetar a las hembras, compartir sin problemas la
crianza. En eso consistiría ser un verdadero macho alfa.
Carl
Safina es
escritor, ecologista y profesor. Su último libro es Beyond Words; What
Animals Think and Feel.
Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia.
Extraido
de:
1 comentario:
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