Imágenes extraídas de:
https://docs.gimp.org/es/plug-in-iwarp.html
La vida a veces nos pone en situaciones difíciles de las que no
podemos salir sin ayuda de un
especialista, que nos permita cambiar nuestros pensamientos derrotistas,
nuestro complejo de inferioridad , o nuestra ansiedad crónica que nos arrastra
a la depresión, ese pozo sin fondo del que erróneamente creemos que no se puede
salir.
A fuerza de interpretar mal los
fracasos y frustraciones que en un determinado momento nos ocurren, vamos poco
a poco distorsionando la realidad y nos vamos creando un mundo erróneo,
pesimista y sin esperanza del que es difícil salir sin cambiar nuestros
pensamientos. Nos infravaloramos y limitamos nuestras capacidades de salir
adelante. Hay personas mas propensas que otras para caer en el pensamiento erróneo
y hay cambios bioquímicos en la señalización neuronal que hace que esas
personas solo vean lo negativo que les sucede, fomentes los recuerdos
desagradables y entren en un bucle derrotista.
Nuestras emociones muchas veces pueden influir en la forma que
tenemos de actuar ante la vida. Disponer de un tipo de esquemas
cognitivos u otros puede afectar negativamente en cómo percibimos el mundo que
nos rodea. Razonamientos como
"no podré aprobar el examen de
conducir", "me he quedado sin trabajo, no volveré a encontrar
otro" o "debería haber estudiado más", son afirmaciones
que repetimos a menudo y que desconocemos el daño que hacen a nuestra
autoestima. En Psicología este conjunto de pensamientos negativos se conoce con
el nombre de distorsiones cognitivas.
Las distorsiones cognitivas son una serie de reflexiones equivocadas
que nos hace interpretar los hechos erróneamente. "Se cree
firmemente en ellas, a pesar de que en un análisis lógico, se vería que son
absurdas", aclara José Antonio Portellano Pérez, psicólogo clínico y
profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid.
A su vez, generan múltiples consecuencias negativas: alteraciones
emocionales como resultado de la perjudicial creencia en los pensamientos
negativos; conflictos en las relaciones con los demás debido a esas
interpretaciones erróneas; o en la manera de ver la vida dando lugar a una
visión simplista y negativa.
El problema principal es que muchas veces asumimos que nuestras ideas son
verdades absolutas. Pero existe una realidad más objetiva y justa,
independiente de la perspectiva de cada individuo. La equivocación se debe a
que algunas personas interiorizan que las emociones que experimentan o sienten
son un reflejo exacto de la realidad, y no es así.
"Cualquier
persona puede tener sentimientos de infravaloración o dudas acerca de sus
capacidades, y en ocasiones se anticipa el fracaso, empleando esquemas de
acción negativos", sostiene Portellano.
"Las personas con baja autoestima, un escaso desarrollo de sus
habilidades sociales o con tendencia depresivas tienen más facilidad para
desarrollar distorsiones cognitivas", explica.
A pesar de esto, no se nace con este tipo de razonamientos. "Las
experiencias vitales negativas pueden provocar e incrementar la tendencia al
pensamiento polarizado, del tipo 'todo' o 'nada' ", afirma. Incluso,
hay individuos que no presentan estos problemas, o que los sufren en menor
medida. "Todo se aprende en función de valores como la cultura,
la educación, y los padres que son los que transmiten estas ideas. Existen
padres más competitivos y otros más relajados, y esto se refleja en la actitud
posterior de los hijos", dice Gaja.
Estas reflexiones negativas se pueden eliminar. Aunque en las personas con
unas creencias arraigadas, se tardará más tiempo, ya que llevan la mayor parte
de su vida conviviendo con estas reflexiones. "A un niño de 10 años se le
puede convencer más rápidamente que a una persona que ya sea mayor",
expone Gaja.
El 'remedio' sería la terapia cognitiva, cuyo objetivo es
reeducar la mente para erradicar estas afirmaciones que el único resultado que
tienen es perturbar psicológicamente a la persona.
"Si en lugar de
pensar en desgracias, pienso que me tocará la lotería o que ganará mi equipo,
seré más feliz", sostiene.
"Vivimos en una sociedad muy exigente, cada vez más competitiva y al
mismo tiempo en un momento de crisis laboral, social y de redefinición de
valores", explica Portellano. Ante las situaciones de incertidumbre,
aumenta el malestar psicológico, que afecta más fácilmente a las personas más
vulnerables o en situación de mayor riesgo. Por ello,
la misma
situación uno la vive de una forma más trágica o dramática, mientras que otro
la percibe de una forma más positiva. "La finalidad es hacer que
estos pacientes vean el mundo de forma distinta y darles alternativas",
aclara Gaja.
"Las distorsiones más habituales que vemos son adivinar y
anticipar acontecimientos", dice. Uno de los ejemplos más comunes
sería no presentarse a un examen por pensar que se va a suspender, o no ir a
una cita por pronosticar que será rechazado por la otra persona. "Una
distorsión muy frecuente es el pensar 'no me quieren'", expone.
Las 10 distorsiones cognitivas más comunes:
1. Pensamiento todo o nada.
Ver todo de color blanco o negro, sin que exista un término medio. Es un
pensamiento perfeccionista. Si los resultados no son perfectos, se considera un
fracaso. Por ejemplo, una persona hace una fiesta y uno de sus mejores amigos
no puede acudir, solo piensa en eso y se pone triste. Esto hace mientras que no
se dé cuenta de que muchos de sus otros mejores amigos sí están en la fiesta, y
por tanto, no disfrute.
2. Generalización excesiva.
Tomar un acontecimiento negativo que nos ha ocurrido puntualmente y
dar por hecho que va a repetirse siempre. Por ejemplo, una persona va por
primera vez a patinar y se cae, y desde entonces nunca más vuelve a patinar,
porque da por hecho que siempre ocurrirá lo mismo.
3. Filtro mental. En
una situación, se centra sólo en un elemento negativo que ha ocurrido,
despreciando los positivos. Por ejemplo, una persona suspende un examen de un
máster, y solo ve eso, el suspenso. Sin embargo, no tiene en cuenta que para
llegar hasta allí ha tenido que aprobar el bachillerato y una carrera.
4. Descalificación de lo
positivo. Se rechazan las experiencias positivas o neutras, y se
convierten en negativas. Por ejemplo, consigue un nuevo trabajo y piensa
"he tenido suerte", sin tener en cuenta su experiencia laboral, ni
sus cualidades personales.
5. Conclusiones
apresuradas. Hacer conclusiones negativas sin que haya datos objetivos
que las justifiquen. Hay dos tipos:
- Lectura de pensamiento. Consiste en creer saber lo que los demás
piensan sin preguntárselo, y dando por hecho que son verdades absolutas.
Se generan hipótesis acerca de por qué las personas se comportan de una
manera determinada. Por ejemplo, "seguro que piensa que soy
tonto".
- El error del adivino. Hacer premoniciones erróneas acerca de
posibles acontecimientos nefastos que ocurrirán en un futuro. En la
mayoría de los casos no llegan a suceder. Por ejemplo, "seguro que
suspenderé el examen", todavía queda tiempo para estudiarlo, más de
una semana, pero aun así, piensa que va a suspender.
6. Magnificación o minimización.
Exagerar los fracasos y minimizar los éxitos. Un ejemplo de magnificación es si
se suspende una oposición que se ha preparado varios meses, y tiende a pensar
que es el fin del mundo, pero la realidad es que puede intentarlo de nuevo al
año siguiente. Mientras que la minimización sería ganar una medalla o un trofeo,
y quitarse mérito a uno mismo diciendo "estaba chupado" o
"cualquiera lo habría conseguido".
7. Razonamiento emocional. Interpretar
los estados de ánimo como si se trataran de verdades objetivas. Por ejemplo, en
una reunión importante en la que la persona tiene que hablar, se queda en
blanco o se equivoca, en ese momento puede pensar "me siento
estúpido", por tanto "soy estúpido". Pero lo que pensamos no es
lo que somos, puede que no sepamos resolver ese problema matemático, pero sí
sabemos resolver muchos otros.
8. Enunciaciones "debería".
Tratar de motivarse con "debería", cuando en realidad sólo causa
culpabilidad y frustración. Hay que erradicar frases que incluyan
"debería" o "tendría", que sólo nos hacen volver al pasado
y recordar las cosas que no hemos hecho. Es un pensamiento exigente y
perfeccionista.
9. Etiquetación. Ponerse etiquetas
negativas a uno mismo. Por ejemplo, me caigo en público y me digo "soy un
torpe". Pero en realidad, lo que se piensa en un momento determinado no
significa lo que somos, ni lo que valemos como persona.
10. Personalización. Culpabilizarse por
los propios actos, y además creerse el responsable de las cosas malas que les
pasan a los demás, y que en realidad se deben a un elemento externo del cual no
se es responsable. Por ejemplo, me encuentro con un amigo y tiene mala cara,
entonces pienso que está enfadado conmigo. Me digo a mí mismo "algo le
habré hecho".
Extraído de:
http://www.elmundo.es/salud/2016/06/23/576a9f33268e3e5e1f8b45c7.html