Los humanos somos
propensos a creer que tenemos toda la razón y que los demás están equivocados.
Esto es así sobre todo cuando estamos airados, cabreados, encolerizados,
frustrados , desesperados y deprimidos.
Si tenemos la oportunidad
de verlo con mas calma , a veces podemos aceptar que los demás también tenían
algo de razón.
Y es que vemos antes la
paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro.
Es de sabios valorar lo
que uno tiene y darle parte de razón incluso al que no la tiene.
Cuando
tenemos un conflicto estamos convencidos de que se está cometiendo una
injusticia con nosotros. Somos incapaces de reconocer la parte de culpa que nos
corresponde y es mas fácil pensar que son los demás los auténticos culpables.
Esto ocurre en las relaciones de pareja, en la relaciones laborables, en los
accidentes y en muchas circunstancias de nuestra vida. Necesitamos comentarlo
con personas que no estén involucradas y que tengan la cabeza fría para
descubrir la verdad y poder enmendar nuestros errores.
Esto
está perfectamente ilustrado por el testimonio personal de Sloane Bradshaw
1. Anteponía a mis hijos.
Es
fácil querer a tus hijos. Cuesta muy poco adorar todo su ser. El matrimonio es
el polo opuesto: cuesta trabajo. Cuando sentía que mi matrimonio me costaba
esfuerzo, desconectaba y me iba con los niños a algún taller o al museo de
ciencias. Normalmente planeaba esas aventuras cuando sabía que él no podría
venir (ni echar a perder mi tarde). Me decía a mí misma que estaba bien porque
él prefería trabajar y siempre parecía que le molestaban las salidas
familiares. Me gustaba acurrucarme con ellos en nuestra cama, regañándole por
irse tarde a la cama y roncar. Como consecuencia, apenas pasábamos tiempo a
solas y nunca salíamos sin los niños. Bueno, quizá una vez al año por nuestro
aniversario.
2. No puse fronteras con mis padres.
Venían
a casa con frecuencia, a veces sin avisar y sin llamar. Nos ayudaban a
hacer cosas de casa que no les pedíamos, como doblar la ropa (por supuesto,
mal). Nos íbamos de vacaciones con ellos. Corregían a nuestros hijos con
nosotros delante. Mi propio miedo a decepcionarlos me impedían trazar una línea
en la arena y pedir que no la cruzaran. Las pocas veces que defendí la
autonomía de mi familia, no me mantuve en mis trece. Mi marido se casó, de una
forma bastante literal, con toda mi familia.
3. Lo denigraba.
Creía
que el amor consistía en la honestidad, pero a veces la verdad duele. Cuando
nos acomodamos (véase nos volvimos vagos) en nuestra relación, dejé de suavizar
las cosas. Hablaba mal de él a mis amigas, mi madre, mis compañeros.
Continuamente. "¿Puedes creerte que no hizo esto?" y "¿en qué
momento se le ocurrió hacer aquello?".
En
vez de reforzar su ego, se lo pisoteaba. Lo humillaba, decía que su trabajo no
era importante y desdeñaba a sus amigos y colegas. Lo regañaba por
hacer mal las cosas cuando, en realidad, no las hacía como yo quería. A veces
le hablaba como un niño. Yo controlaba las cuentas familiares y lo freía a
preguntas para averiguar en qué se había gastado cada céntimo. Y en la cama...
bueno, imaginaos, todo lo hacía mal y no tenía ningún pudor en decírselo tal
cual. Cuando el matrimonio se vino abajo, me dediqué a buscar sus faltas y
errores para poder justificar mi superioridad. Al final, no tenía ningún
respeto por él y me aseguraba de hacérselo saber cada día.
4. No me preocupé por aprender a discutir bien.
Sé
que suena raro sugerir que hay una forma buena de discutir. Pero resulta que la
hay. Yo intentaba mantener la tranquilidad en casa cerrando la boca cuando
había cosas que me molestaban. Como imagináis, todas las pequeñas cosas que me
volvían loca crecían en una bola gigante de enfado reprimido que a veces
erupcionaba como una rabia aterradora digna de Hulk. Y cuando digo rabia, me
refiero a su definición clínica en el ámbito de la salud mental. Después del
numerito, justificaba mi enfado diciendo que una mujer sólo se puede tomar así
las cosas. Echando la vista atrás, me ponía como una p--- loca en esos episodios.
Entono
este mea culpa con la esperanza de recuperar a mi ex, o incluso en busca de su
perdón. Escribo esto porque no me puedo creer cuánto tiempo tuve la cabeza
enterrada en la arena. Espero que otras mujeres la saquen y miren bien a su
alrededor. Aunque todavía me duele que mi marido decidiera resolver nuestros
problemas en la cama de otra mujer cuando alguna conversación y algo de terapia
nos podría haber ayudado, estoy convencida de que mi actitud fue parte de lo
que lo empujó.
Extraido de “4 BIG Mistakes I Made
As A Wife” escrito por por Sloane Bradshaw
Ver mas pinchando en:
Thank you for providing such a valuable information and thanks for sharing this matter.
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